Duelo es el proceso que experimenta una
persona a raíz de la pérdida de alguien o algo querido. Aunque las pérdidas que
más fácilmente se nos vienen a la cabeza son las de personas queridas, podemos
entender el concepto de pérdida como la desaparición de cualquier objeto
físico, como el incendio de una casa o el robo de una joya, de una persona
querida o de otro tipo de valor, como un empleo o una pérdida de estatus
social. Todas estas experiencias de pérdida suscitan en la persona un amplio
rango de conductas, emociones y pensamientos de mayor o menor intensidad que no
deben ser minusvaloradas, sino consideradas desde la perspectiva del valor que
cada uno pueda conceder a lo que ha perdido. Esto es particularmente importante
en ciertos tipos de pérdidas no tan obvias, como un niño que echa de
menos a los amigos tras el cambio de colegio, o socialmente menos destacadas,
como un aborto natural.
El duelo comienza normalmente con la pérdida del ser querido y
se puede considerar acabado, según Worden y Neimeyer, cuando el superviviente
muestra capacidad de:
· reorganizar su vida a un nivel parecido al que siempre tuvo.
· referirse al fallecido sin sentimientos de extrema tristeza o ansiedad.
Etapas y tareas del duelo.
Podemos hablar de una serie de estados que atraviesan los
supervivientes sin que tenga que ser en este orden y sin seguir un orden
lineal, ya que a menudo se observan regresiones en la elaboración del duelo en
fechas señaladas, o épocas de mayor estrés. Desde la primera aproximación de
Kúbler-Ross en 1969(1. negación 2. rabia 3. pacto, 4. depresión 5. aceptación),
una de las más acertadas es la de Parkes, de 1970, que propone las siguientes
etapas en la elaboración del duelo:
A.
insensibilidad
B.
anhelo y
rabia
C.
desorganización
e inquietud
D.
reorganización
de la conducta
En estas etapas y en los trabajos que realizó Parkes con Bowlby respecto al
apego y la ansiedad de separación se basó William Worden para
desarrollar su teoría de las tareas para el duelo y la terapia basada en ellas,
actualmente la más conocida y relevante en este campo.
Worden entiende que más que pasar por unas etapas marcadas la persona que
ha perdido un objeto de apego ha de resolver activamente cuatro tareas o
desafíos:
A. Aceptar la realidad de la pérdida. Durante los primeros días existe una cierta tendencia natural a no admitir
la muerte o no darse cuenta en el plano real de su ausencia. Se coge el
teléfono para llamarle o parece que abrirá la puerta en cualquier momento. Esto
es normal en los primeros días, incluso semanas, es necesario estar informado
de que no significa que la persona esté perdiendo la razón o exagerando en su
reacción. Es normal en los primeros días no tocar las posesiones del fallecido,
recordar sólo lo agradable de la relación, pero progresivamente ir admitiendo
que la muerte es real y no tiene posibilidad de cambiarse.
B. Sentir y elaborar el dolor y otras
emociones. Después del aturdimiento y la confusión el dolor y otras emociones aparecen
y es imprescindible sentirlas en toda su dimensión. Cualquier evitación o
retraso del natural sufrimiento prolongará el duelo innecesariamente. Lo
elaboramos cuando hablamos del fallecido, lloramos, expresamos nuestra
desesperanza de encontrar otra persona igual, somos incapaces de ir a trabajar,
pero también cuando sentimos culpa por no haberle visto más, no haberle cuidado
o por haber tenido una relación tormentosa (malos tratos, abuso, haber cortado
la relación). Es habitual también el enfado por el abandono que supone la
muerte, aunque es difícil que la persona tome conciencia de él, debido al
aparente absurdo que supone. No se trata, entonces de una aceptación
intelectual, sino emocional de la pérdida.
C. Adaptarse
a los cambios en el medio. Sobre todo en el caso de cónyuges, padres
o hijos, la muerte supone la desaparición de una persona que cumplía unas
funciones que ahora el viudo, hijo o hermano tiene que retomar (ponerse a
trabajar, educar en soledad, cuidar un negocio). Se rompen cadenas conductuales
que estaban asociadas al difunto, como salidas sociales, actividades de ocio o
relaciones con la familia política. Estas demandas crecientes e
inmediatas son en la mayor parte de los casos asumidas con el apoyo de la red
social. Al mismo tiempo que se rehace la vida, aparecen los sentimientos de
culpa por estar dejando al fallecido atrás en el curso de la propia vida.
D. Recolocar al
desaparecido emocionalmente y reanudar la propia vida. Finalmente, debemos aceptar que los recuerdos que tenemos de él nunca
van a desaparecer, pero que nunca volverá a nuestra vida, y decirle adiós.
Nos deshacemos de la mayor parte de los
recuerdos y conservamos un par de ellos, verbalizamos los recuerdos malos y
buenos. Reconocemos que es preciso empezar a amar a nuevas amistades, y nos
damos permiso para dejar el luto interior. Pasamos de decir estoy casada a soy
viuda, de decir somos tres hermanos a éramos tres hermanos. El paso final es decir
adiós para siempre sabiendo que no vamos a olvidar su paso por nuestra vida.
Según la propuesta más reciente,
de Neimeyer, la pérdida de un ser querido introduce cambios en tres aspectos de
la vida del superviviente: su imagen de sí mismo en la que antes se incluía al
fallecido (ya no eres la mujer de... , sino la viuda de...), el sistema de
significados culturales-religiosos (como es vista la muerte en su cultura y sus
creencias religiosas respecto a ella), y la relación con los demás y
actividades de ocio en ausencia del difunto. En este caso el paciente tiene por
delante la tarea de enfrentarse a esos cambios y modificar su sistema de
significados de forma que incluyan la pérdida y nos permitan adaptarnos a un
entorno que exigirá de nosotros habilidades y conductas diferentes. La meta
fundamental es básicamente la misma que plantea Worden en su tercera tarea:
analizar cómo cambian las demandas de tu entorno y adquirir los roles y
habilidades necesarios para retomar el curso de tu vida. Sin embargo Worden
incluye el trabajo previo con las emociones como la parte más importante de la
terapia, mientras que Neimeyer considera fundamental que el paciente de un
lugar y un sentido a la vida y muerte del desaparecido en su guión vital, en
constante negociación con su entorno social y cultural. En ambos casos la
persona finaliza la terapia “cerrando el capítulo” con un adiós y retomando un
funcionamiento normalizado y emocionalmente equilibrado en su entorno.
Reacciones normales ante la pérdida.
Tanto si
la muerte era previsible tras una larga enfermedad como si se produce de forma
inesperada, las reacciones del superviviente, dependiendo del estilo
individual, comprenden:
ü Manifestaciones físicas: vacío en el estómago,
opresión en el pecho o garganta, hipersensibilidad al ruido,
despersonalización, falta de aire, debilidad y sequedad en la boca.
ü Sentimientos: tristeza, enfado,
culpa, ansiedad, fatiga, impotencia, shock, anhelo, alivio e insensibilidad.
ü Pensamientos: incredulidad, confusión, preocupación, sentido de
presencia y alucinaciones.
ü Conductas: tr. Del sueño, alimentarios, aislamiento,
desorganización soñar con la pérdida, evitar o frecuentar recuerdos, buscar al
fallecido o llamarlo, suspirar, hiperactividad y llanto.
En el proceso de intervención es necesario tener presente que todos estos
síntomas son frecuentes y normales en un doliente en los primeros meses
de duelo, con la consecuente necesidad de normalizar tanto a la persona como a
la familia respecto a ellos.
Síntomas
de un duelo complicado.
Un
superviviente no está elaborando su duelo de forma adecuada cuando da alguna de
las siguientes señales:
§ La persona menciona la
pérdida en entrevista con dolor intenso pasados varios meses de la misma.
§ Algún acontecimiento
desencadena una reacción excesiva.
§ Períodos de extrema
tristeza o demasiado extensos, deseos de suicidio (a veces en fechas señaladas)
§ Episodios de conducta
agresiva o conductas impulsivas, como abuso de sustancias.
§ Objetos de vinculación
muy marcados o lo contrario, esconder o deshacerse de todos los objetos
recordatorios.
§ Imposibilidad de
incorporarse al funcionamiento vital pasadas unas semanas de la muerte.
§ Compulsión de imitar al
fallecido o presencia de los mismos síntomas que tenía al morir. Obsesión con
la enfermedad y la muerte.
§ No haber expresado
abiertamente dolor en las primeras semanas de duelo o haber realizado cambios
radicales de estilo de vida.
§ Pensamientos recurrentes
de culpa o asuntos pendientes con el fallecido, remordimientos por haberle
causado daño o haberle descuidado en vida.
§ La persona no
asistió al funeral o nunca ha vuelto a mencionar al ser querido que
desapareció.
Estos indicativos de sufrimiento y dolor más intensos de lo habitual pueden
ser consecuencia de que la persona se ha visto sobrepasada en algún momento y
ha adoptado conductas de evitación del dolor o del cambio, lo cual detiene el
proceso de despedida que en definitiva es el duelo. Por supuesto, tendremos en
cuenta el tipo de relación (marido-mujer, nieto-abuela) dado que lo que puede
ser normal en uno puede ser un problema evidente en otra.
Puede ocurrir que se demore el duelo (las primeras
semanas no presenta ningún síntoma), crónico (la duración es
excesiva), enmascarado (sólo hay síntomas somáticos que
coinciden con la fecha de la muerte) o exagerado (el doliente
entra en un trastorno psicopatolólogico como depresión mayor, bipolar, abuso de
sustancias, tr de ansiedad.).
Autora: M.
Paz Moreno Llorca. Junio 2002.