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El autoconocimiento, la auténtica clave de la felicidad



Felicidad. ¿De qué depende realmente este concepto? ¿Es algo que uno encuentra por casualidad gracias a los designios del destino o el azar? ¿Depende la felicidad exclusivamente de nuestra cuenta bancaria? La verdad es que no. No es más feliz quien más tiene, ni el que más acumula, ni el que espera ese golpe de suerte que llega como la hoja dorada que cae de un árbol.

La felicidad, como las mejores dimensiones de esta vida, se encuentra inscrita en las cosas más pequeñas y comunes, ésas que sabemos apreciar y reconocer. No obstante, también hemos de tener en cuenta un aspecto esencial: para ser feliz primero debes saber qué necesitas, qué te define, y cómo entiendes realmente este mundo que te rodea.

Hay personas que vagan por su día a día sin rumbo y con el corazón vacío. Aspiran a comerse el mundo, pero ni siquiera han empezado por degustar lo que tienen en frente. El autoconocimiento, es la clave primordial para ser felices, para regular nuestras experiencias internas y ver con humildad e integridad, cómo somos y lo que necesitamos.

¿Lo sabes tú? Hablemos hoy de este interesante concepto, que a su vez, es uno de los pilares de la Inteligencia Emiocional. 

El autonocimiento, ser consciente de uno mismo
Para entender esta idea, empezaremos poniendo un ejemplo. Tenemos a un joven, quien, gracias a su esfuerzo, valía y oportunidad, ha conseguido una buena posición laboral, no obstante, no se siente feliz. Se compra un coche, una casa… Y sigue sintiendo un vacío existencial, una inquietud que no calma ni llena ninguna de sus relaciones afectivas, ni aún menos, los bienes materiales que adquiere.

Poco a poco, toma las riendas de su vida y reflexiona sobre sí mismo, ahonda en su interior en busca de respuestas. Tal vez ha querido vivir demasiado deprisa demostrando a los demás todo lo que podía hacer, es consciente que hasta el momento, solo buscaba contentar al resto, a su familia, aparentar ante sus amigos, pero nunca se detenía en preguntarse qué necesitaba él. Vivía “hacia fuera y no hacia dentro”.

¿De qué modo podríamos definir entonces el autoconocimiento?
1. En la capacidad de controlar las experiencias internas, en ser conscientes de nuestros estados de ánimo y actuar de acuerdo a ellos.

2. En ocasiones, percibimos nuestra insatisfacción, y sin embargo, nos obligamos a seguir por el camino ordinario porque así lo esperan los demás, o porque, sencillamente, tenemos miedo a ir más allá de nuestra “zona de confort”. De ese modo, nos obligamos a girar el rostro a esa voz interior que nos clama ayuda, para, sencillamente, dejarnos llevar.

3.El autoconocimiento es un pilar de la Inteligencia Emocional. Se trataría en realidad de tomar conciencia de uno mismo y de las propias emociones, actuando de modo reflexivo y en armonía, con todos aquellos que nos rodean. Nosotros nos comprendemos a nosotros mismos y a su vez, respetamos y entendemos a los demás, pero ello no quita que tengamos derecho a defender nuestras necesidades. Que actuemos de acuerdo a nuestros sentimientos y valores,

4. Para ser feliz, no es necesario acumular “cosas”, ni tampoco conocimientos. No es más feliz el que más sabe ni el que más tiene, sino el que más entiende, el que goza de mayor humildad y quien a su vez, mejor se conoce. Si no sabemos dónde están nuestros límites, siempre habrá alguien que intente rebasarlos Si no sabes lo que quieres siempre andarás buscando algo. Si no sabes apreciar lo que tienes y lo que eres, vivirás siempre frustrado. ¿Vale la pena? Desde luego que no.

El autoconocimiento, es ese ejercicio cotidiano que todos deberíamos practicar para gestionar mejor este complejo mundo que día a día, nos plantea retos y nos pone a prueba.

En ocasiones, la mayor sabiduría reside precisamente en entendernos a nosotros mismos para así, saber actuar en consecuencia y en armonía con nuestras emociones. Seremos más íntegros, más sencillos, y no solo podremos ser un poco más felices, sino que seremos capaces también de aportar felicidad a los demás. Inténtalo hoy mismo.

Fuente: lamenteesmaravillosa.com
Autora: Lic. Valeria Sabater


Resiliencia: Afrontando la adversidad de manera saludable



Hablamos de Resiliencia cuando queremos definir la capacidad que tiene una persona para afrontar la adversidad y lograr adaptarse bien a traumas, tragedias, amenazas o fuentes de estrés severo como pueden ser problemas de salud, problemas familiares, situaciones económicas precarias, etc. El término Resiliencia viene de la palabra Resilio que significa “rebotar”, entendiendo rebotar en el sentido de coger impulso tras una caída.

Ser resiliente no significa estar exento de sentir malestar emocional. Cualquier persona sufre cuando pierde a un ser querido, lo echan del trabajo sin esperarlo o le sobreviene una catástrofe natural, sufrimiento éste que viene acompañado de sensaciones de inseguridad y dolor emocional. Se trata de un camino complejo, desde el punto de vista del estado de ánimo, pero pese a ello la persona saca la fuerza suficiente que le ayuda a afrontar la situación, sobreponerse y adaptarse.

No se trata de una capacidad que se tenga o no se tenga, sino que son conductas, pensamientos y acciones que se pueden aprender y desarrollar a lo largo de la vida. Para ello será importante saber con qué potencial contamos y la actitud con la que enfrentemos las situaciones adversas.

¿Cuál será el punto de partida?
Aceptación. Debemos asumir lo trágico de la vida como parte de la misma, tomándonos nuestro tiempo para asimilar lo que ha pasado. Hay que asumir el dolor como parte del desarrollo, para así poder transcenderlo de manera que nos suponga un aprendizaje más en el camino del crecimiento personal.

Actitud Positiva. Al mal tiempo buena cara. Se trata de ver dentro de lo traumático, la oportunidad que nos hará renacer. Por ejemplo, si me despiden de mi trabajo sin previo aviso ni motivo aparente, tengo dos opciones; o me quedo hundido pensado que se ha cometido una injustica conmigo, o utilizo ese dolor para buscar un nuevo puesto donde tenga mejores condiciones y se me valore como trabajador.

Sin temor. Se trata de dejar atrás los miedos, buscando con ello ganar en confianza con uno mismo y con los demás. El miedo, aunque totalmente imprescindible como mecanismo de defensa de nuestro organismo, acaba siendo limitante si no ponemos el empeño en afrontarlo. Debemos permitirnos sentir emociones intensas sin temerlas ni huir de ellas. Hay que afrontar los problemas y buscar soluciones.

Las características principales de una persona resiliente son:
  • Saber aceptar la realidad tal y como les viene.
  • Creer profundamente de que la vida merece la pena vivirla, que tiene un sentido.
  • Gran capacidad para mejorar ante la adversidad.
  • Tienen habilidad de identificar la causa de los problemas impidiendo con ello que se vuelvan a repetir.
  • No pierden la atención en situaciones de crisis, logrando así un mayor control de sus estados emocionales.
  • En situaciones de alta presión saben controlar su impulsividad.
  • Parten de un optimismo real, es decir, saben que las cosas van a ir bien porque interpretan que todo es superable, pero sin negar las dificultades que encontrarán por el camino.
  • Tienen un alto nivel de autoestima, confían mucho en sus propias capacidades.
  • Su empatía está muy desarrollada. Leen con facilidad los estados emocionales de los demás.
  • Constantemente buscan seguir creciendo a través de nuevas oportunidades, retos o formas de relacionarse con los otros.
  • Se critican menos a sí mismos.
  • Utilizan el sentido del humor como aliado.
  • Están más satisfechas con sus relaciones.
  • Son emocionalmente más saludables, difícilmente se predisponen a ser depresivas.

Como ya hemos dicho, es una capacidad que se puede aprender y desarrollar, veamos entonces cómo podemos hacerlo:

Relacionándonos: Debemos tratar de cultivar un grupo de familiares y amigos cercanos, con en el que nos sintamos apoyados y escuchados. Este sentirnos protegidos por las personas que nos importan, nos ayudará a ser mucho más resilientes. Del mismo modo que el relacionarnos con personas a las que nosotros le podamos prestar dicho apoyo, como por ejemplo sería el caso de una acción de voluntariado solidario, resultará también un beneficio para nosotros mismos.

Pensando de manera constructiva: No podemos evitar que los acontecimientos desagradables aparezcan en nuestras vidas, pero si podemos cambiar la manera en como lo interpretamos y reaccionamos ante ellos. Pensemos para construir una vida mejor, no para estancarnos en el malestar. Evitemos ver las crisis como obstáculos insuperables.

Aceptando el cambio como parte de nuestra vida: Se trata de aceptar la realidad como nos viene dada. El negarse a aceptarla implica la no posibilidad de cambio, y necesitamos del mismo para evolucionar. Quizás las cosas no las podemos cambiar en el momento que queremos, pero no pasa nada, hay que tener paciencia y perseverancia. En esta espera deberemos poner atención en lo que sí podemos ir cambiando.

Planteándose metas alcanzables: Estableciendo pequeñas metas realistas que nos ayuden a ir acercándonos más al objetivo, conseguiremos ganar en confianza. Tratando de hacer algo con regularidad, por muy pequeño que sea, siempre será mejor que permanecer inmóvil.

Actuando de manera decisiva: Es mejor realizar una acción aunque los resultados esperados no sean lo que buscamos, que ignorar que tenemos un problema y mirar para otro lado, porque eso no hará más que acrecentarlo. Debemos perder el miedo a tomar decisiones firmes que nos ayuden a avanzar, da igual si tardamos más o menos en llegar, en algún momento encontraremos el camino.

Descubriéndose a uno mismo a través de la búsqueda de nuevas oportunidades: Hay una frase del dramaturgo Charles Dickens que lo resume muy bien “El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”. Cuando nos vemos en situaciones de tensión extrema el cuerpo despierta como si hubiese estado en letargo. Este despertar, implica la identificación de una fortaleza interna que no sabíamos que teníamos pero que al final se acaba convirtiendo en un medio idóneo para salir de este dolor emocional.

Siendo optimistas, sin idealizar o fantasear: Se trata de confiar en uno mismo y en sus capacidades, centrándose en la realidad que se vive. Ser optimista es esperar que las cosas positivas lleguen a tu vida, pero estas cosas no llegarán si no empezamos a construir sobre el presente.
Viendo las cosas desde cierta perspectiva: Tratemos de no centrarnos en el dolor intenso que sentimos cuando lo acontecido no lo esperábamos y consideremos la situación desde un contexto más amplio y flexible. Favoreceremos de este modo la eliminación de tensiones.

Aprendiendo de los problemas del camino: Los problemas son oportunidades de cambio, un descubrirnos ante la adversidad y por tanto, una posibilidad de desarrollo. El entenderlos como parte de nuestra vida nos hace madurar, cambiar nuestra opinión, y ver a la gente y al mundo de un modo más realista.

No perdiendo la esperanza: Se trata de visualizarnos en lo que queremos para nuestra vida, en vez de hacerlo en nuestros miedos. No perder la fe de que las cosas mejorarán.
Cuidando de uno mismo: Prestemos atención a nuestros deseos y necesidades. Hay que mimarse de vez en cuando, ayudará a afrontar las situaciones adversas de una manera más relajada.

Si queremos saber si somos personas resilientes o no, hagámonos preguntas como:
¿Qué sucesos de mi vida me han resultado más difíciles?
¿Cómo me han afectado estos sucesos?
¿Cuándo te sientes estresado qué pensamientos pasan por tu cabeza?.
¿Cuándo te has encontrado ante una situación adversa, a quién le has pedido ayuda?.
¿Cómo te reconoces en tu relación con los demás cuando te hayas en una situación difícil?
¿Te prestas a ofrecer apoyo a personas que han pasado por una experiencia similar a la tuya?.
¿Hay algún obstáculo que no hayas podido superar?.
¿Cómo superas las barreras emocionales que la vida te plantea?.
¿Albergas esperanzas de que las cosas cambien o te vienes abajo?.

¿Eres o no resiliente? ¿Ya tienes tu respuesta?

Autora: Ciara Molina. Psicóloga Emocional. Máster en Dirección de Recursos Humanos