Pages

Ruptura de la Pareja.

Guía para afrontarla sin dañar a los hijos

La ruptura de la pareja es, en la mayoría de los casos, un proceso complicado y doloroso, especialmente para los más pequeños. Los niños son la parte más vulnerable de la familia y una ruptura mal orientada puede colocarles en una clara situación de riesgo, comprometiendo seriamente su estabilidad emocional y su proceso madurativo.

Los adultos somos los responsables de evitar tales consecuencias, afrontando el proceso sin olvidar en ningún momento que el bien máximo a preservar son los hijos. Tras el fin de la convivencia, todos los miembros de la familia se enfrentan a situaciones nuevas y a distintos problemas (emocionales, económicos, organizativos…) que configuran una nueva vida a la que deberán adaptarse lo antes posible. Los más pequeños, sin duda, lo tienen más difícil; se verán inmersos en una situación que les afecta de manera singular y sobre la que no tienen ningún control. De pronto, aparecen nuevas rutinas y escenarios diferentes que ellos afrontan con inseguridad y, seguramente, con mucha tristeza.

Esta Guía pretende orientar a los padres para que afronten su separación con la madurez suficiente, de manera pacífica y respetuosa, asumiendo que la estabilidad de sus hijos depende en gran medida de ello. Se aportan pautas de actuación así como indicaciones sobre lo que nunca se debe hacer; igualmente, se explica de manera sencilla cómo afecta a los niños la ruptura, según la edad que tengan y la forma en que se esté desarrollando el proceso.

Esperamos que estas reflexiones y consejos sean de utilidad y contribuyan a preservar, en esos momentos complicados, la estabilidad emocional de todos los miembros de la familia, especialmente la de los más pequeños.

Autor: José Aguilar Cuenca


Enlace de Descarga: Ruptura de la Pareja.

Duelo: Etapas, Reacciones Normales vs. Reacciones Complicadas


Duelo es el proceso que experimenta una persona a raíz de la pérdida de alguien o algo querido. Aunque las pérdidas que más fácilmente se nos vienen a la cabeza son las de personas queridas, podemos entender el concepto de pérdida como la desaparición de cualquier objeto físico, como el incendio de una casa o el robo de una joya, de una persona querida o de otro tipo de valor, como un empleo o una pérdida de estatus social. Todas estas experiencias de pérdida suscitan en la persona un amplio rango de conductas, emociones y pensamientos de mayor o menor intensidad que no deben ser minusvaloradas, sino consideradas desde la perspectiva del valor que cada uno pueda conceder a lo que ha perdido. Esto es particularmente importante en ciertos tipos de pérdidas no tan obvias, como un niño que echa  de menos a los amigos tras el cambio de colegio, o socialmente menos destacadas, como un aborto natural.

   El duelo comienza normalmente con la pérdida del ser querido y se puede considerar acabado, según Worden y Neimeyer, cuando el superviviente muestra capacidad de:
·          reorganizar su vida a un nivel parecido al que siempre tuvo.
·          referirse al fallecido sin sentimientos de extrema tristeza o ansiedad.

Etapas y tareas del duelo. 
 Podemos hablar de una serie de estados que atraviesan los supervivientes sin que tenga que ser en este orden y sin seguir un orden lineal, ya que a menudo se observan regresiones en la elaboración del duelo en fechas señaladas, o épocas de mayor estrés. Desde la primera aproximación de Kúbler-Ross en 1969(1. negación 2. rabia 3. pacto, 4. depresión 5. aceptación), una de las más acertadas es la de Parkes, de 1970, que propone las siguientes etapas en la elaboración del duelo:
                  A.                insensibilidad
                  B.                anhelo y rabia
                  C.                desorganización e inquietud
                  D.                reorganización de la conducta
En estas etapas y en los trabajos que realizó Parkes con Bowlby respecto al apego y la ansiedad de separación se basó William Worden para   desarrollar su teoría de las tareas para el duelo y la terapia basada en ellas, actualmente la más conocida y relevante en este campo.
Worden entiende que más que pasar por unas etapas marcadas la persona que ha perdido un objeto de apego ha de resolver activamente cuatro tareas o desafíos:

A.    Aceptar la realidad de la pérdida. Durante los primeros días existe una cierta tendencia natural a no admitir la muerte o no darse cuenta en el plano real de su ausencia. Se coge el teléfono para llamarle o parece que abrirá la puerta en cualquier momento. Esto es normal en los primeros días, incluso semanas, es necesario estar informado de que no significa que la persona esté perdiendo la razón o exagerando en su reacción. Es normal en los primeros días no tocar las posesiones del fallecido, recordar sólo lo agradable de la relación, pero progresivamente ir admitiendo que la muerte es real y no tiene posibilidad de cambiarse.

B.     Sentir y elaborar el dolor y otras emociones. Después del aturdimiento y la confusión el dolor y otras emociones aparecen y es imprescindible sentirlas en toda su dimensión. Cualquier evitación o retraso del natural sufrimiento prolongará el duelo innecesariamente. Lo elaboramos cuando hablamos del fallecido, lloramos, expresamos nuestra desesperanza de encontrar otra persona igual, somos incapaces de ir a trabajar, pero también cuando sentimos culpa por no haberle visto más, no haberle cuidado o por haber tenido una relación tormentosa (malos tratos, abuso, haber cortado la relación). Es habitual también el enfado por el abandono que supone la muerte, aunque es difícil que la persona tome conciencia de él, debido al aparente absurdo que supone.  No se trata, entonces de una aceptación intelectual, sino emocional de la pérdida.

C.     Adaptarse a los cambios en el medio. Sobre todo en el caso de cónyuges, padres o hijos, la muerte supone la desaparición de una persona que cumplía unas funciones que ahora el viudo, hijo o hermano tiene que retomar (ponerse a trabajar, educar en soledad, cuidar un negocio). Se rompen cadenas conductuales que estaban asociadas al difunto, como salidas sociales, actividades de ocio o relaciones con la familia política. Estas demandas crecientes  e inmediatas son en la mayor parte de los casos asumidas con el apoyo de la red social. Al mismo tiempo que se rehace la vida, aparecen los sentimientos de culpa por estar dejando al fallecido atrás en el curso de la propia vida.

D.    Recolocar al desaparecido emocionalmente y reanudar la propia vida.  Finalmente, debemos aceptar que los recuerdos que tenemos de él nunca van a desaparecer, pero que nunca volverá a nuestra vida, y decirle adiós.
Nos deshacemos de la mayor parte de los recuerdos y conservamos un par de ellos, verbalizamos los recuerdos malos y buenos. Reconocemos que es preciso empezar a amar a nuevas amistades, y nos damos permiso para dejar el luto interior. Pasamos de decir estoy casada a soy viuda, de decir somos tres hermanos a éramos tres hermanos. El paso final es decir adiós para siempre sabiendo que no vamos a olvidar su paso por nuestra vida.

        Según la propuesta más reciente, de Neimeyer, la pérdida de un ser querido introduce cambios en tres aspectos de la vida del superviviente: su imagen de sí mismo en la que antes se incluía al fallecido (ya no eres la mujer de... , sino la viuda de...), el sistema de significados culturales-religiosos (como es vista la muerte en su cultura y sus creencias religiosas respecto a ella), y la relación con los demás y actividades de ocio en ausencia del difunto. En este caso el paciente tiene por delante la tarea de enfrentarse a esos cambios y modificar su sistema de significados de forma que incluyan la pérdida y nos permitan adaptarnos a un entorno que exigirá de nosotros habilidades y conductas diferentes. La meta fundamental es básicamente la misma que plantea Worden en su tercera tarea: analizar cómo cambian las demandas de tu entorno y adquirir los roles y habilidades necesarios para retomar el curso de tu vida. Sin embargo Worden incluye el trabajo previo con las emociones como la parte más importante de la terapia, mientras que Neimeyer considera fundamental que el paciente de un lugar y un sentido a la vida y muerte del desaparecido en su guión vital, en constante negociación con su entorno social y cultural. En ambos casos la persona finaliza la terapia “cerrando el capítulo” con un adiós y retomando un funcionamiento normalizado y emocionalmente equilibrado en su entorno.

Reacciones normales ante la pérdida.
            Tanto si la muerte era previsible tras una larga enfermedad como si se produce de forma inesperada, las reacciones del superviviente, dependiendo del estilo individual, comprenden:
  ü   Manifestaciones físicas: vacío en el estómago, opresión en el pecho o garganta, hipersensibilidad al ruido, despersonalización, falta de aire, debilidad y sequedad en la boca.
  ü   Sentimientos: tristeza, enfado, culpa, ansiedad, fatiga, impotencia, shock, anhelo, alivio e insensibilidad.
  ü    Pensamientos: incredulidad, confusión, preocupación, sentido de presencia y alucinaciones.
  ü    Conductas: tr. Del sueño, alimentarios, aislamiento, desorganización soñar con la pérdida, evitar o frecuentar recuerdos, buscar al fallecido o llamarlo, suspirar, hiperactividad y llanto.
En el proceso de intervención es necesario tener presente que todos estos síntomas son frecuentes y normales en un doliente en los primeros meses  de duelo, con la consecuente necesidad de normalizar tanto a la persona como a la familia respecto a ellos.

            Síntomas de un duelo complicado.
            Un superviviente no está elaborando su duelo de forma adecuada cuando da alguna de las siguientes señales:
 §     La persona menciona la pérdida en entrevista con dolor intenso pasados varios meses de la misma.
 §     Algún acontecimiento desencadena una reacción excesiva.
 §     Períodos de extrema tristeza o demasiado extensos, deseos de suicidio (a veces en fechas señaladas)
 §     Episodios de conducta agresiva o conductas impulsivas, como abuso de sustancias.
 §   Objetos de vinculación muy marcados o lo contrario, esconder o deshacerse de todos los objetos recordatorios.
 §     Imposibilidad de incorporarse al funcionamiento vital pasadas unas semanas de la muerte.
 §     Compulsión de imitar al fallecido o presencia de los mismos síntomas que tenía al morir. Obsesión con la enfermedad y la muerte.
 §    No haber expresado abiertamente dolor en las primeras semanas de duelo o haber realizado cambios radicales de estilo de vida.
 §    Pensamientos recurrentes de culpa o asuntos pendientes con el fallecido, remordimientos por haberle causado daño o haberle descuidado en vida.
 §     La persona no asistió al funeral o nunca ha vuelto a mencionar al ser querido que desapareció.
Estos indicativos de sufrimiento y dolor más intensos de lo habitual pueden ser consecuencia de que la persona se ha visto sobrepasada en algún momento y ha adoptado conductas de evitación del dolor o del cambio, lo cual detiene el proceso de despedida que en definitiva es el duelo. Por supuesto, tendremos en cuenta el tipo de relación (marido-mujer, nieto-abuela) dado que lo que puede ser normal en uno puede ser un problema evidente en otra.
 Puede ocurrir que se demore el duelo (las primeras semanas no presenta ningún síntoma), crónico (la duración es excesiva), enmascarado (sólo hay síntomas somáticos que coinciden con la fecha de la muerte) o exagerado (el doliente entra en un trastorno psicopatolólogico como depresión mayor, bipolar, abuso de sustancias, tr de ansiedad.).

 Autora: M. Paz Moreno Llorca. Junio 2002.

Word Games: Word Snake

Encuentra tantas palabras como puedas en el menor tiempo posible en la grilla. Las letras deben estar adyacentes. Cuanto más largas sean las palabras, más puntos extra obtendrás.

Enlace para jugar: Word Snake